La belleza nostálgica de Gualeguay, con sus canoas dormidas a la orilla del río, y la congoja incomprendida del sauce que vence su existencia hasta inclinarlo sobre el agua y la tierra; componen una imagen paisajística entrerriana repetida naturalmente por la ribera y dotada del poder de absorción de cansancio y tensiones.
Y esa no es la única apariencia de esta localidad, que más bien se vuelca de pronto hacia el extremo contrario brillando entre lentejuelas, presumida, seductora, sacudiéndose al compás de las batucadas y contagiando su energía vital.
Así es Gualeguay, un juego a cara y cruz a partir del cual el turista, por la noche podrá vivir intensamente el carnaval y la gran fiesta que despliega, porque durante el día se impregnó del verde paisaje, llenó los pulmones de aire puro, se sintió acogido por la calidez del lugareño, contentó el estómago con una picada de salame, queso y la infaltable galleta… y al caer el sol le restaba únicamente disfrutar, dejarse llevar por el ritmo, admirar la hermosura, perderse en los colores, y gastar la energía que mañana tendrá ocasión de regenerar.