Un triángulo blanco se dibuja en el cielo sobreponiéndose a la altura de la ciudad.
La imagen se advierte desde la lejanía de un camino rural, como podría advertirse desde otros espacios altos de los alrededores, pero adquiere desde aquí un carácter especial, porque se la observa de frente, con la puerta abierta como enormes brazos en promesa de un cálido refugio.
De frente también, conduciendo directamente a su encuentro a través de la Avenida Mitre, aguardando serena en el centro mismo de Villa Elisa, en el cruce de sus principales arterias, como el corazón del que parten sus venas, el que bombea la sangre de su vida. Allí, la Iglesia Virgen Niña, inmaculada, imponente y en su interior la manifestación admirable de la inspiración creativa.
Los otros atractivos de Villa Elisa bordean la planta urbana cerrando un círculo de consistencia diversa alrededor de la Ciudad Jardín. Pero la Iglesia está en el centro, incorporándose en el trazado que engalanan las flores y el colorido de las casitas… en diminutivo, sí… pero no por su tamaño, sino por lo pintoresco de su apariencia.